Fue una metáfora de todo lo acontecido con anterioridad. Los jugadores de la escuadra azulgrana, empapados, y con los rostros desvencijados por el tremendo desgaste vertido durante la confrontación ante el Real Club Celta de Vigo, conformaban la estampa de la desolación más absoluta. Embarrados hasta las cejas, las miradas granotas se perdían sobre un infinito que únicamente ellos imaginaban a contemplar ante la furia devastadora de la lluvia que caía. Enfrente los futbolistas gallegos festejaban un triunfo que les encadena prácticamente a la elite durante un ejercicio más. Así de antagónico y antitético se muestra el fútbol cuando el calendario se acerca hacia su ocaso. No obstante, por el horizonte aparecen diez batallas que hay que afrontar con talante y con fe. Es quizás la mejor noticia de una noche escarpada. Nada parece perdido cuando restan todavía treinta puntos en liza. Es evidente que el Levante sigue inserto en la lucha por sobrevivir en Primera División, pese a la derrota ante la escuadra gallega.
Es
incuestionable que el Real Club Celta de Vigo es un bloque atrevido y
dinámico con el cuero en los pies. Desde que se ancló sobre el verde del
Ciutat demostró una querencia desmedida a manejarse con fiabilidad con
la principal herramienta de la disciplina a partir de dos mediocentros
plásticos. El Celta fue un equipo comprometido con el juego que plantea.
Desde ese prisma, fue consecuente desde el arranque de la confrontación
con sus ideales. Y los defendió con ahínco. Sus distintos movimientos
siempre tuvieron como principal finalidad llegar hasta los dominios de
Mariño con el esférico como argumento inequívoco. Si hubiera que buscar
un término musical para definir y caracterizar sus planteamientos se le
podría colgar la etiqueta de Allegro. Es un equipo alegre, rápido y se
mueve sobre el tapete con soltura y con mucha precisión. Toca y toca el
balón con delicadeza y ritmo. Y no tardó en exceso en demostrar el tipo
de partido que pretendía gobernar.
El
Celta no parecía dispuesto a conceder ni una mísera tregua en un
escenario que se había acostumbrado a ganar. Sus conceptos eran claros.
Apenas habían transcurrido cinco minutos cuando Mariño agigantó su
imagen para cubrir toda la portería y esquivar el primer gol foráneo. La
acción nació con un saque de esquina mal resuelto por el combinado
azulgrana. El Celta imponía galones en la medular y trataba de
proyectarse con convicción hacia los costados. Pretendía esposar al
Levante. Es un equipo profundo y devastador por los flancos. Por
momentos fue ortodoxo en cada uno de sus movimientos. El choque germinó
con Mariño como protagonista y concluyó, en su primer acto, con el palo
largo de la meta azulgrana temblando tras una rosca aniquiladora de
Nolito. Por el espacio contrario no hubo excesivas noticias. Un remate
de cabeza de Uche y una cabalgada de Rubén que acabó con un envenenado
disparo que alzó a la grada.
El
Levante parecía uno de esos luchadores que característicos del arte
helénico. En su rostro había vestigios del paso del tiempo, es decir del
transcurrir de una confrontación intensa y compleja, pero conservaba
intacta toda su dignidad en su figura. Como un viejo boxeador fue
encajando los golpes que fue recibiendo con la intención de mantenerse
erguido y de esperar su oportunidad para noquear a su rival, si osaba
bajar la guardia en algún instante, sabedor de que contaría con alguna
oportunidad para lanzarse sobre su oponente. Y por momentos soñó con
cambiar el sentido del partido. Fue en la reanudación. Barral y Morales
capitalizaron la atención por el flanco zurdo y diestro. Los dos
jugadores pisaron la línea de fondo pero no encontraron finalizador. En
pleno aguacero Charles tocó lo justo para noquear al combinado granota.
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